Recogió los
informes sobre los asesinatos y el secuestro para llevarlos a casa de su
abuela. Fuera de la comisaría fue hasta su coche. Sacó del maletero la capa
roja que llevaba siempre. Era un regalo que su abuela le hizo de pequeña. Se la
ponía todos los días cuando vivía en el pueblo con su madre. Se la puso y se
hizo un selfie. Sonrió al mismo tiempo que subía la foto al Instagram
histories; escribió “No hay nada como cuidar a una abuela”. Cuando ya se había
alejado un poco se hizo otro selfie y lo subió acompañado de unas palabras “Ya
de camino a casa de la abu”. Confiaba en que el asesino cayera en la trampa y
se acercara a la casa. Así que siguió con el plan.
También les mandó unos WhatsApp a sus amigas -a las que seguían viviendo allí, claro- y les contó todo. Seguro que se apuntaban a esta “aventura”: sus amigas la ayudarían a cazar al malo. Las invitó a una fiesta falsa de pijamas en casa de su abuela y les pidió si podían subir alguna historia a las redes sociales diciendo algo sobre la fiesta para conseguir que al asesino le entrarán más ganas.